Emiliano no quiere venir. Yo ya le grité, pedí de buena forma, ordené, rogué, lo exhorté, pues, a que viniera pero nada.
A este hijueputa mundo, sí, es así, pero ya estás ai, ¿qué te cuesta pues?
Todos los días llego a la casa con la ilusión de que digan ya, ya viene, está en la salida, en la entrada, que digan algo pero nada.
Brenda me compró un cuaderno muy lindo en el que pensé escribirle a Emiliano alguna cosa diariamente. Él sabrá comprender que soy un lío y que ni de adolescente supe llevar un diario.
A mí los meses se me han ido rápido, los 8 anteriores. Este último ha sido un suplicio. Ahora, lo único que sé es que quiero que venga el ingrato, con diario o sin él, insisto en que sabrá comprender el lío de tía que le tocó y que se conformará con saber que así, dentro de la panza como está, sin querer salir y todo, no encontrará una tía que lo ame más. Chale, ya estoy vieja: estoy enternecida. Qué chido.
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