19 enero 2007

Y si esto fuera poco, o tal vez por el mismo acogotamiento, me aventé un round de lágrimas. Imagino la violencia, el miedo, la impotencia. De por sí la adolescencia está llena de estas linduras, ahora vivirla al mismo tiempo que el vecino y los de a 10 kms. a la redonda intentan pasar por encima de uno.
No me extraña que haya animales dispuestos a golpear al primero que los ve feo. Una sabe esas cosas, pasan por allá. La cuestión es que yo vivo por acá pero convivo con los de por allá y cuando pasan esas cosas se crispa cada músculo de mi maltrecho cuerpo.
Pienso también que a un niño así, extremadamente inteligente, distinto en formas insospechadas a sus pares, es más probable que le sucedan esas cosas. Tengo miedo por mi niño, porque esas personas hermosas son las que sufren más la fealdad del mundo. Qué feo es el mundo, Emiliano, qué triste. Tengo miedo, Emiliano. Por favor, por favor se ese niño precioso siempre, pero no dejes que nadie te pase por encima y, ante todo, no dejes que nadie te convierta en un animal.

Se fue el güero. Nos dejó todos lelos y mal acostumbrados a su presencia. ¿Qué haremos sin ti? Nos toca agua y ajo, as usual. Ya deberíamos saber que así es la cosa y dejarnos de llantos acogotados pero no podemos. La desolación total cada que viene y va la familia. ¿Qué hacer? Conformarnos, creo que nunca, pero acomodarnos un poco cada vez que perdemos el pedacito de felicidad que nos toca con este niño hermoso. Un ratito siquiera. De perdis. Pss ya qué.