29 noviembre 2005

No digo que estoy vieja, quizá estoy vieja pero no digo eso.

Lo que digo es que mientras voy caminando a la muerte, recorriéndome la vida, aprecio lo que no aprecié.

Me vuelvo más maricona, más histérica. Me molestan y perturban, pues, cosas más sencillas o tengo menos paciencia para fingir que no me molestan ni perturban.

Me fascinan también cosas más sencillas.

Me fascinan, por ejemplo, tres cuartillas de un procedimiento traducidas; yo que juraba traducir literatura, que no vendía mi alma de tal manera. Me fascina, sí, no encuentro otra cosa que me haga más feliz.

Me fascina también un muchacho de 12 años dando vueltas alrededor de una muchacha de 14 a la que sólo le falta un rebozo pa´ jalar.

Me fascina la muchacha que me persigue por los pasillos preguntando por qué, cómo, dónde, tal o cual cosa.

Me fascinan los muchachos que necesitan una mirada, dos segundos de atención para funcionar, una nada de ternura que les es negada casi siempre, la diezmillonésima parte de muy poco hecha combustible.

Me abruman mis obligaciones de adulta, no puedo venir y contar todo lo que veo y no me importa. No es relevante. No hay con qué comparar lo que me dan.

Me fascina Emiliano. Nada sencillo, dirá su madre que lo albergó. Nada sencillo para mí tampoco, la transmisión por ósmosis de la querencia no me sucedió antes. Pero me fascina, me emboba, me nace así nomás sin querer, sin pensar.

Lo que no me fascina me hace más frágiles los nervios. Nevermind it.

Pero Emiliano...

Qué demasiao.

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