08 julio 2007

Me había propuesto escribir a diario. Por una vez en la vida cumplir con la leyenda de "diario". Cuando nació Emiliano me propuse lo mismo y no lo hice. Cuando tenía 12 años me propuse lo mismo y no lo hice. Esta vez me lo propuse y hasta un día después escribo. En fin. A ver qué.

Ayer me levantó mi papá a las 5:30 de la mañana (a esa hora logré levantarme, mi papá estaba ch. y j. desde las 5). Con excepción de los perros, todos fueron conmigo al aeropuerto. Eran las 6:20 cuando llegamos y ya estaban llamando con urgencia a los pasajeros así que con gran rapidez documenté, despedí y entré a la sala. Mi papá estaba preocupado porque se me puso que me iba a llevar también mi bebé, ¿cómo dejarla a tan tierna edad solita ahí en la casa? Pero mi papi temía que me confundieran con vendedora de compus sin licencia o con dj, que una no sabe qué es más deshonroso. Total que me fui con las compus y la patita maluca a buscar la vida y el amor.
Lo que encontré en Cd. de México es que para todo había cola. Cola para comprar café. Cola para el baño. Cola para pedir información. Cola para abordar. Cola para bajar. Bueno, esas son normales porque los pasillos son estrechos y según esto no se pueden ubicar dos cuerpos en un mismo espacio.
Dejé la Cd. de México rumbo a Bogotá sin la formita esa que hay que llenar por lo que espero que al llegar tendré un pleito similar al de hace dos años cuando regresamos mi hermano, mi papá y yo sin la antes mencionada forma. En "El Dorado" de Bogotá pregunté varias veces si debía recoger mi equipaje sólo para tenerlo que recoger, maldita sea. Lo documenté en el vuelo nacional y me paré al lado de un tipo de traje que esperaba el transporte para el "puente aéreo", sea, el(sic) terminal de vuelos nacionales.
Ya sentada en el transporte, que a diferencia de otras mucho más apretujadas veces sólo nos llevaba al trajeado y a mí, pregunté cómo marcar a un número fijo en Bucaramanga. Ninguno de los dos me supo decir, ya qué.
Con una hora antes del vuelo me fui al primer cajero que no me quiso entregar dinero, luego al segundo. Nada. Al lado había una casa de cambio que me pidió:
- Ocupación
- Firma
- Número de cédula de ciudadanía/extranjería o pasaporte
- Fotocopia del documento anterior
- Firma
para cambiarme 20 dólares. Reclamé que en mi rancho uno compra dólares como comprar chicles y el ciudadano muy amable me sonrió: "es el mismo procedimiento de 1 a 2500 dólares". Felicidades. Anyway, con ese dinerito me fui a conseguir un café Valdez.
- A la orden.
- Un perico, por favor
- Con gusto, ¿le ofrezco algo para acompañar? ¿una almojábana, palito de pan...
- No, gracias, ya lo he intentado, no puedo comer, tomar y cargar al mismo tiempo.

Caminé unos pasitos para fumar, ahí nomás al lado está la salida. Un taxista me ofreció llevarme, yo aproveché para pedirle un encededor.
- Allá en Oma le dan candela.
- Gracias.
Había dos bogotanos comentando alegres y joviales que una mujer estaba borracha, que estaba ahí cerca y que fueran. Qué linduras, seguro ellos saben cómo marcar a B/manga. Sí sabían y logré que me contestara el cuñado que me dio la bienvenida al país y la hermana que me contaba que el niño y tal. Como no me sirvió el chip colombiano y estaba hablando con mi telefonito mexicanito le colgué antes de soñar con que me capturaban al volver al país por deber 10 millones de teléfono y no tener la formita llena. Entré y subí por las escaleras eléctricas. Me senté en las mesitas de la plaza de comida y uno me ofreció la carta de su restaurante. Finalmente me compré una botella con agua y un quesito de pera relleno de bocadillo (que no me comí, ¿dónde habrá quedado?).
Tomé el avión a Bucaramanga a las 8:45 al lado de uno que nadamás empezó a moverse el avión y empezó a mover la pierna, rascarse la cara, resoplar y mover los ojos. En fin, nomás eran 45 minutos. En Bucaramanga me esperaban Martín, Brenda y Emiliano. Mientras que Brenda sostenía al plebón, Martín me recibió las compus. Saludé a Emiliano que al parecer me reconoció en el acto y se puso a sonreirme, le saqué la lengua, la hice taquito y algunas otras desas tarugadas que una hace con los niños. Recogí las dos maletotas llenas de cosas no mías y nos fuimos.
Emiliano empezó (y no terminó sino hasta que se durmió hoy) a explicarme que yo había bajado del avión rojo. También me comentó que no se veía nada. Yo le comenté a mi vez que no había luz y por eso no se veía nada, que cuando hay luz se ven las cosas, pero era de noche. Todo lo cual fue repitiendo desde el aeropuerto hasta la casa. Ah, pero también decía "sí se ve, sí se ve", cuando había alumbrado.

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