22 septiembre 2003

Eins

Son las 6:20 de la mañana. Ya debería estar bañándome, pero el timbre del télefono me despierta. No recuerdo qué soñaba, quizá asesinatos a mansalva como era mi costumbre por esas fechas.
Escucho la voz de mi papá saludar con rapidez y espetarme una noticia de la jodida como si dijera "hace calor".
Ya no vas a regresar de Deutschland.
Recibo instrucciones de llamar a tu madre, dada mi inexperiencia en estos casos.
Cuelgo y de alguna manera me cambio la ropa. Subo a lavarme los dientes y la cara.
La China y mi tía están despiertas. Doy la noticia y bajo.
No recuerdo el trayecto desde Playas hasta Otay, sólo se que no lloro.
Por el camino de cemento, junto a la cancha de fútbol, intento discenir si he soñado la llamada. Decido que no.
Es tarde, los pasillos de la escuela están vacíos y me siento sobre la banca de cemento que hace ronda con las demás para adorar al círculo central donde descansa un árbol enclenque.
Algo me dice que no estoy bien. Siento náuseas y el cielo gris me hace mal.
Paso tiempo indefinido sobre la banca. Alguien se acerca, Fabián tal vez.
Le cuento.
Se acerca Sol. Le cuento. Parece que cada vez se vuelve más real el malestar y el cuento que hago. Ni era tu familiar deveras, dice.
Será que nunca atendí al llamado de la sangre sino a la historia con la gente. Y teníamos una historia dispersa pero larga.
Náuseas e ira.
Camino a vicerrectoría. Debo tramitar algo, es mi último día para hacerlo.
De ahí al teatro porque no se mi matrícula y olvidé mi cartera.
Vuelvo. El cielo limpio. Náuseas.
Demasiado alto, demasiado azul,
demasiado; y el sonido de los muchos carros deslizándose por la avenida entra por mis orejas; golpea en el oído.
Hijos de puta por qué no se paran. Por qué estás tan alto hijo de puta. Por qué hijos de puta no se dan cuenta lo que está pasando. Lloro de pie en medio del estacionamiento, maldiciendo todo lo que se mueve en silencio, maldiciéndome.
No recuerdo más de ese día. Se que tramité el documento. Se que nada se detuvo, sólo yo. Se que llamé a tu madre tres días después, por cobarde, y que fue ella quien dijo todo porque yo estaba ahogada en lágrimas y mocos.
Empcé a moverme cinco meses después.
Empecé a moverme cuando ya no sino cinco meses de depresión severa y una baja académica.

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